El 1° de mayo de 1980, Pinky anunció un drástico cambio en la tele: en ATC (hoy la TV Pública) las transmisiones comenzaron a ser en color en reemplazo del blanco y negro. Los antecedentes y el video del momento.
A las cero horas del 1º de mayo de 1980, en Buenos Aires, un gesto, una voz querida y familiar y la bandera patria encendieron, en simultáneo, las retinas de miles de espectadores. En la pantalla, Lidia Satragno, conocida por todos como Pinky, dibujó su sonrisa inimitable. Se plantó frente a las cámaras con la serenidad de quien sabe que está haciendo historia:
“Y cómo hago para dominar la emoción. Si estoy aquí para despedir a una vieja amiga. Tengo que decirle adiós a la televisión en blanco y negro. Hace muchos años, uno caminaba por las calles de Buenos Aires y veía una cantidad de gente agolpada frente a una vidriera, mirando las primeras imágenes en la televisión de blanco y negro. Ahora ha pasado algo similar. Otra vez la gente se agolpa frente a una vidriera para ver las primeras experiencias de la televisión en color. Pero hoy terminan las pruebas. ¿Y qué imagen verá usted ahora en color?… Todavía no (gesticuló, frenando la ansiedad de los televidentes), aunque la va a reconocer enseguida. Yo quiero decirlo: ¿cuáles son los colores más hermosos que tiene la Argentina? Esos son esos que creó mi amado Belgrano. Estos, los de la bandera nacional.
Entonces, su imagen en blanco y negro dejó paso a la enseña celeste y blanca flameando sobre la Fragata Libertad, enmarcada por un cielo diáfano. Y con un ademán casi ritual y un discurso emocionado, Pinky dio paso al primer resplandor del nuevo universo cromático:
“Señoras y señores, he aquí la televisión en color. Tengo muchas cosas que decirle todavía. Pero si no digo lo que estoy sintiendo y lo que estoy pensando, voy a tropezar con cada palabra. Cuando usted me para por la calle y me dice algo cariñoso, a mi me pasa, me veo en San Justo todavía trepándome en los árboles, como cuando era chica. Y en este momento todos los ‘a mí me pasa’ me suenan en los oídos y y me falta o me sobra el aire. Me tocó a mí estar acá hoy y me siento orgullosa y me siento feliz. Y me siento y me siento desbordada por todo esto. Parece como, como si hubiera una película muy rápida y muy loca donde pasarán años y años y años y años y años. Más de la mitad de mi vida. Casi un cuarto de siglo diciéndole ‘Hola, hola, ¿Cómo está?’ Desde esta pantalla cobijada en su casa”.
El instante fue tan simbólico como revelador: los estantes de la escenografía, grises unos segundos antes, se inundaron de rojos, verdes y dorados. El vestido de Pinky (insólitamente negro por la ocasión) por fin, reveló su verdadero color. Sus labios sí, ahora se advertían rojos. Se había cruzado el umbral de un recorrido que había comenzado el 17 de octubre de 1951, cuando se hizo la primera transmisión televisiva.
En las casas, los ojos no pestañeaban. Las familias se acomodaban en los sillones o en la cama como si asistieran a un eclipse, un nacimiento o una revolución. Hasta ese día, los pocos privilegiados que tenían un aparato de televisión adecuado se conformaban viendo la señal de ajuste como barras de colores, esas “pruebas” que mencionaba Pinky.
Y aunque la postal era nueva, el fervor no lo era tanto: dos años antes, en 1978, muchos ya habían vislumbrado el color. Fue una aparición fugaz: el Mundial de Fútbol, en cuya final Argentina venció 3-1 a Holanda, se había emitido en color desde el complejo televisivo Argentina 78 Televisora (A78TV), creado especialmente para el evento y financiado por la dictadura, pero sólo hacia el exterior y en salas especialmente montadas con tecnología importada a través de un programa llamado “Gran TV Color”.
El desfile no terminó ahí. Luego del acto inaugural, ATC —las siglas recién nacidas de Argentina Televisora Color, sugeridas por la agencia de publicidad Lautrec— emitió un partido grabado la tarde anterior: Argentina le ganaba 1 a 0 a Irlanda en el Monumental, con gol de un joven Diego Armando Maradona. Fernando Bravo fue el encargado de presentar con tono épico, esa escena deportiva convertida en postal inaugural.
El puntapié inicial
La televisión a color no era una novedad en el mundo. Ya en 1968, los Juegos Olímpicos de México habían llegado a muchos países vía satélite con todos sus matices. En Argentina, la dictadura militar, que había estatizado los canales en 1973, intentó legitimar su inversión para el Mundial 78 con el lema: “Lo que se hace para el 78 queda para después del 78”. Y los spots oficiales anunciaban: “La nueva televisión comienza con el Mundial”. La frase justificaba el gasto de 70 millones de dólares destinados al edificio de Figueroa Alcorta y Tagle, que aún hoy cobija a la TV Pública, de enormes 28.000 m².
Pero no todo comenzó de cero en Argentina aquella noche. La tecnología ya existía y había sido tanteada con nerviosismo, restricciones y esperas. Desde 1969, Canal 13 había ensayado emisiones en NTSC, el sistema adoptado por los Estados Unidos. No los autorizaron a continuar. Contra todo pronóstico, y por obra del poderoso lobby de la FIFA, que para el momento del mundial encabezada el brasileño Joao Havelange, pese a que la televisión argentina había seguido desde los años 50 el modelo estadounidense, el país escogió el sistema PAL-N, de origen alemán adaptado por Brasil para las transmisiones en color.
Esa elección abrió una brecha técnica que se convirtió también en una grieta social: mientras en el mundo la TV a color era moneda corriente desde hacía décadas, aquí sólo 250.000 hogares podían recibir la señal en color, de los más de cuatro millones con aparatos. El precio de un televisor rondaba los 500 dólares; el equivalente a tres heladeras. Era la época del “deme dos” de la plata dulce, el dólar barato y los primeros viajes a Miami. Muchos habían regresado de sus vacaciones con aparatos de televisión que, a la postre, no pudieron devolver los colores en sus pantallas.
En ese contexto desigual, ver televisión en colores era un privilegio. Y no sólo por la tecnología. Los decorados de los programas debieron repensarse: el rojo se volvía problemático por su tendencia a escaparse de los bordes. Las vestimentas tenían que evitar a toda costa el temido “moaré”, un efecto visual que convertía ciertas telas en un remolino de ruido gráfico.
Los canales porteños pertenecían, cada uno, a una fuerza armada. Canal 7, reconvertido en ATC, tenía la intervención de la Presidencia de la Nación. Fue el primero en transmitir en color. Lo siguieron el 13, el 9, el 2 (de La Plata) y por último, un año más tarde, el 11.
Aquella noche del 1ro. de mayo de 1980 quedó grabada como un corte en el tiempo. Fue más que una innovación: fue una despedida íntima a los grises y una bienvenida tímida a un porvenir inevitablemente más luminoso. Porque, como bien intuyó Pinky al mirar a cámara, todo lo que vendría después dependería de la forma en que el país quisiera mirar el mundo. Y por un instante, lo miró con asombro. Y en colores.