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Samara Joy tiene 25 años y es una de las grandes voces que ha dado el jazz en el último lustro. En ese período, editó tres discos como solista (Samara Joy en 2021, Linger Awhile en 2022 y Portrait en 2024), ganó 5 Grammys, fue elegida como artista revelación por la revista Jazz Times y concretó shows por todo el mundo.
En su voz confluyen influencias de Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan y Cécile McLorin Salvant y en su forma de mostrarse al mundo todo lo que le corresponde a su generación: tiene alrededor de 700 mil seguidores en TikTok. Allí sube no solo sus canciones sino también sus escapes como turista durante las giras. “Creo que los jóvenes de otros estilos musicales a veces se vuelven muy populares demasiado rápido, y entonces colapsan, o solo son populares durante un par de minutos”, le dice a LA NACION a través de una videollamada antes de su debut en Argentina, el martes 29 de julio en el Teatro Coliseo. “En mi caso, yo no esperaba que sucediera tan rápido. Sobre todo haciendo este tipo de música”.
Nacida en 1999 en el Bronx, Samara Joy recorrió el camino de una prodigio. Su familia venía de una larga trayectoria en el gospel y en sus inicios ella no fue la excepción. En el coro de la iglesia le asignaron una parte solista en el famoso himno “Oh, Happy Day”. “Tenía 7 u 8 años”, recuerda. “Me dieron un micrófono pequeño y me acuerdo de ese feeling, de poder cantar y expresarme delante de otras personas. A partir de entonces, siempre que pude busqué las oportunidades para cantar: en la escuela, el teatro, donde sea. Ahí empezó mi amor por cantar”.
En esa etapa formativa, Samara recalca que aprender a escuchar fue tan importante como aprender a cantar. “Fue un proceso muy divertido”, dice. “Cuando mi papá me llevaba en auto al colegio, escuchábamos música y armonizábamos las voces encima. Es una parte clave de mi vida y mi expresividad. Ser capaz de escuchar y digerir esa información primero, para cantar después. No era tan buena técnicamente en ese entonces, pero me volví mejor a la hora de escuchar y eso me hizo mejor cantante”.
Pero hacer del jazz su vida no fue una convicción hasta que entró a la universidad pública de Nueva York. En el segundo año de cursada, se anotó en un seminario sobre jazz y entonces le cayó la ficha. “La mayoría de las y los cantantes de jazz comienzan sus carreras mucho antes”, se ríe. “Yo me di cuenta de todo lo que disfrutaba y me gustaba la música en 2018. Y lo que más me gustaba era el desafío que me representaba. Es algo que demanda mucho tiempo. Crecés tan inmersa en la música que tenés muchísimas canciones memorizadas, al punto de saber todo sobre ellas. Casi no había escuchado jazz hasta ese momento, entonces tuve que meterme de lleno, escuchar todo el tiempo. Y ahí creció mi amor por el género. Me di cuenta de que me quería enfocar en el jazz y poner todo mi esfuerzo allí”.
A partir de entonces, todo se dio a gran velocidad. Ganó la beca Ella Fitzgerald y el concurso internacional Sarah Vaughan durante el James Moody Jazz Festival de Nueva York, grabó su primer disco mientras cursaba y se graduó con honores en 2021. “Es increíble tener una audiencia así en tan poco tiempo”, dice. “Ha sido una locura adaptarse a esta nueva vida de grabaciones y giras. Es mi nueva normalidad. Pero soy la misma persona, estoy centrada y rodeada de gente que tiene lo mismos objetivos y estándares que yo. Quiero ser mejor artista, mejor intérprete, mejor música. Y mientras tenga esos objetivos claros, creo que voy a estar bien”.
–Y difícilmente hayas imaginado que una gira internacional te traería a un país tan lejano como Argentina…
–Sí, Dios mío. Nunca imaginé llegar hasta Argentina. Va a ser mi primera vez y quiero asegurarme de preparar un buen show. Voy a prepararme mucho y también a darme espacio para ser espontánea, quiero alimentarme de la energía del público. Tal vez aprenda alguna canción en español e intentarlo, aunque no quiero arruinar nada. Aprendí “Gracias a la vida”, de Mercedes Sosa [la autora es Violeta Parra], es muy linda. Se la escuché versionar a Cécile McLaurin-Salvant en Barcelona y todo el mundo se enamoró de esa canción. Por eso me dieron ganas de aprenderla.
–Tu último disco fue grabado con la misma formación con la que salís de gira y con toda la banda en el mismo espacio de grabación. ¿Sentís que eso le dio otra frescura al disco?
–Sí, algo así. Quería documentar el crecimiento del grupo, y ese sonido único que alcanzamos como banda. Venimos tocando juntos desde hace dos años. Eso nos dio la oportunidad de generar una química y construir una forma de sonar. Ha sido una experiencia hermosa. Ahora quiero compartirlo con el mundo, que se sienta esa conexión entre los músicos y las personas. Ojalá todos sientan lo auténtico que es.
–Estás considerada una de las grandes voces del jazz de la actualidad. ¿Cómo te llevás con esa idea y cómo pensás tu lugar en relación a la enorme tradición de divas del género?
–Pienso en eso a veces, pero trato de que no sea mientras estoy cantando (se ríe). En el proceso de hacer música hay un tiempo para pensar y otro para estar presente en el momento. No se trata siquiera de pensar en mí misma sino en la espontaneidad y darlo todo. Es hasta divertido hacerse cargo de la historia mientras hacés tu propio camino, porque todo lo que estuvo antes de nosotros nos formó. Todas las decisiones creativas que tomaron y todo lo que conquistaron y aprovecharon me da la libertad para tomar mis propias decisiones. Es información. Y hay que entender que todo eso es ilimitado, el único límite es tu mente. Está en uno liberarse y hacer. No dejás de absorber información nunca, es algo que te acompaña toda la vida y a partir de ahí uno filtra y da forma para llegar a lo que quiere. Así se construye tu voz creativa, sea en música, literatura o en cualquier arte. Por eso creo que hay que abrazar la historia, es algo hermoso, así se dialoga con las tradiciones y se crean otras. Todas las influencias son mis cimientos y dan forma a mi vida. Yo tengo que construir encima de ellas. Y es algo que me divierte.
–¿Y a la hora de trabajar con standards cómo es el proceso teniendo todo eso en cuenta?
–Logro que nunca sea una carga. Porque creo que nuestro deber como músicos es inyectarles vida a esas melodías. Darles una nueva respiración. Entonces, si hay una canción con mucha historia detrás, voy a hacerla respirar a mi manera, a darle otra vida. Y si es una canción que nadie conoce, también, porque tengo que darle la fuerza necesaria para que quieran escucharla y demostrar por qué quiero compartirla. Creo que todo es una oportunidad de hacer música y de construir y que eso termina por vencer a cualquier presión que te imponga la historia.
–¿Cómo es la preparación desde lo técnico una vez que elegiste el standard?
–Incluso antes de aprenderla, siempre quiero reforzar mi voz, que es mi instrumento. Además de los ejercicios clásicos y calentamientos me gusta tocar el piano mientras canto para escuchar diferentes opciones de cómo cantar y extender la armonía, por ejemplo. O tal vez tome la decisión de cantar dentro de los límites de esa armonía. Y a partir de ahí, preparar mi voz para lo inesperado. Así, cualquier decisión que tome en el momento, mi voz está lista para hacerlo. Es una combinación de preparación y performance. La clave para mí es sentir que tengo las herramientas necesarias a mi disposición.
–¿A la hora de cantar en vivo también tomás a la voz como un elemento estructural?
–Sí, también. Si voy a dar un show, quiero que lo primero que llame la atención sea mi voz. Es lo primero que vas a escuchar. Es gente que estuvo esperando para escucharme, tengo que asegurarme de que se van a aferrar a mi voz desde el inicio. Una vez que lo lograste, podés construir desde ahí con matices. Sean temas bailables o más intensos o más emocionales, es cuestión de saber balancear. Porque si hacés todos temas uptempo, vas a sobreestimular y se termina perdiendo la diversión si todo suena igual.
–El jazz tiene una lagra tradición de ser una música que expresa libertad, conciencia social y ha estado casi siempre muy unido a las luchas por los derechos civiles. ¿Es algo que te interesa continuar como legado?
–Definitivamente. Me siento responsable por eso porque muchas figuras del jazz han sido de ejemplo en momentos mucho más difíciles. Siendo mujeres afroamericanas que han tenido el coraje y la valentía de ponerse de pie por sus comunidades, yo tengo que honrar esos sacrificios. Porque fue gracias a ellas que yo tengo la libertad de hablar, de tener mis libertades y no temer por mi carrera. Deseo que mi música continúe ese mensaje. Y si mi música no lo hace, entonces que mi presencia sea uno de los tantos símbolos de humanidad mutual. Venimos de diferentes contextos, con diferentes historias, pero en el centro de lo que somos, todos merecemos amor, respeto, esperanza y vivir con dignidad. Todo el mundo lo merece. Por eso quiero ser parte de las personas que son vitales al respecto. Desde mi música hasta mis acciones.