El hombre está parado en un retén de control de tránsito. Extiende la mano e indica que hay que desviarse de la larga fila de vehículos porque, cual rifa de kermese con premio olvidable, nos tocó a nosotros y no a otros ingresar en el corralito. Ningún problema: tenemos todo en regla.
Le pedimos que se corra para poder abrir la puerta para descender del auto porque la cartera va en un lugar oculto. “Es por la inseguridad”, intentamos justificarnos sin que se nos hubiera preguntado nada y sin reparar lo inoportuno de lanzarle en la cara que la calle está brava al que se encarga de controlar la calle.
Una vez desamarrada la cartera, la búsqueda interior no es sencilla. Salen primero la billetera, el paquete de caramelos para la tos, la agenda de papel –¡que nunca nos falte!- y el celular. Debajo de todo, otra billetera con la documentación del auto. “Para no perder todo junto en caso de que me roben”, se le aclara con una risita nerviosa a quien no muestra ningún apuro por apurarnos ni toma nota de los comentarios que lo sitúan como el principal sospechoso de nuestra neurosis. Calmo, el hombre sonríe y cuenta que la esposa hace cosas parecidas y que la madre adopta las mismas tretas, pero ya no se acuerda, entonces de poco le sirven.
“¿Muchas contravenciones?”, se le pregunta tratando de llenar los silencios con información que no aporta nada y que pareciera querer tapar algún problemita. “Ahora no tantas”, responde el agente como en una letanía hasta que pone primera al diálogo y empieza a contar anécdotas, como cuando le tocaba hacer controles de alcoholemia y un hombre al que le dio un positivo para el campeonato culpó al almacenero por haberle vendido cerveza con alcohol cuando el había pedido “sin”. O cuando una mujer de unos 80 años al volante, sin registro, le dijo que pensaba que ya no tenía que sacarlo como tampoco tenía obligación de ir a votar. O cuando un nene desde adentro de un coche importado carísimo asomó la cabeza para contarle que el padre lo había robado. “La gente se manda en cana sola”, dijo el ídem.
Inevitable no pensar cuánto de inconsciente y cuánto de conciencia habrá habido en la frase de la senadora kirchnerista Anabel Fernández Sagasti cuando al anunciar una abstención de su interbloque, lo llamó “Unión por la Plata”, en lugar de “Unión por la Patria,” o cuando el Presidente comentó sobre sus principales adversarios: “Están molestos porque les estamos afanando los choreos”.
“¿Se dio cuenta de que no tiene luces?”, preguntó el agente. “No puede ser. Le cambié la lamparita esta semana. Me cobraron 15.000 pesos…”, se le respondió en una ristra de excusas sin fin apelando a su comprensión. “Era un chiste. Es bueno hacer bromas”, nos dijo. Definamos “bueno”.