Eran las 12:30 del jueves 14 de marzo de 1996 cuando Mariano Cúneo Libarona empujó con firmeza la puerta de vidrio del viejo Canal 7. Llevaba puesto un traje oscuro, camisa celeste y corbata de seda importada. Afuera, la ciudad hervía. Marzo en Buenos Aires tiene esa mezcla de humedad pegajosa y ruido de colectivos sobre el asfalto caliente. Adentro, el estudio de televisión ya era una jaula de luces, gritos contenidos, personajes estrafalarios y cámaras siempre encendidas.
En el pasillo lo esperaba Mauro Viale, con su andar urgente de productor de guerra. Ese mediodía, como tantos otros, el canal público se transformaría en un tribunal-show.
A esa hora, el «Caso Coppola» ya era mucho más que una causa judicial: se había convertido en el primer freakshow de la televisión argentina, una telenovela en tiempo real, una pieza de teatro transmitida en vivo.
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La historia había comenzado unos meses antes, cuando la División Narcotráfico de la Policía Bonaerense allanó el departamento del representante y amigo íntimo de Diego Maradona, Guillermo Coppola, y encontró, dentro de un jarrón de cerámica, 406 gramos de cocaína.
La escena del hallazgo fue fotografiada, filmada y reproducida hasta el hartazgo en diarios, revistas y noticieros. Pero muy pronto la versión oficial empezó a hacer agua. Había demasiadas inconsistencias, demasiadas dudas, demasiada televisión.
Coppola contrató a Mariano Cúneo Libarona, un joven abogado penalista con voz firme y mirada escéptica. El letrado, lejos de refugiarse en tribunales, llevó el caso a los sets de televisión. Aparecía en todos los canales, polemizaba con periodistas, increpaba testigos, discutía la pureza de la droga y exponía incongruencias en la investigación policial.
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«La causa es un armado», decía. «Están usando a Coppola para encubrir otra cosa». Con cada intervención, el expediente ganaba audiencia. Cúneo Libarona construyó su defensa como si se tratara de una serie de Netflix: con capítulos, clímax y antagonistas.
La historia tenía de todo, es cierto. Droga plantada, policías corruptos como Daniel Diamante, quien actuó como agente encubierto en la investigación, Antonio Gerace, cabo que participó en los allanamientos y procedimientos, y Sergio Camaratta, oficial inspector que inició la causa con una denuncia basada en un supuesto informante anónimo.
Además, el show contaba con la participación de un juez, Hernán Bernasconi, que parecía más interesado en los flashes que en las pruebas, una secretaría judicial que filtraba información a periodistas y una trastienda de complicidades institucionales oscuras.
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Pero también estaban ellas: Samantha Farjat, Natalia De Negri y Fernanda Villar (pareja del rey de la noche, Poli Armentano), adolescentes que aparecían como testigos pero hablaban como estrellas. Eran constantes en los estudios de televisión. Vestidas con brillos, maquillaje excesivo y un relato plagado de frases aprendidas, se convirtieron en celebridades de un caso que había dejado de ser estrictamente penal.
Para darle más picante a la historia, Samantha Farjat comenzó una relación sentimental con el propio Cúneo Libarona. Fueron fotografiados juntos en Buzios, Brasil, mientras su esposa, Lourdes Di Natale, cursaba un embarazo avanzado. “¡Ni loco me caso con Samantha! Ahora espero el perdón de mi mujer”, declaró el abogado a la revista Gente.
La frase se repitió en los noticieros, en las sobremesas y en los bares de todo el país. Era la nación del «abogado mediático», una figura que litiga tanto en tribunales como en televisión abierta.
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Es cierto, la estrategia funcionó. La causa se cayó. Coppola terminó absuelto, mientras que Bernasconi, su secretario y los tres policías terminaron condenados por armado de la causa.
La opinión pública, moldeada por horas de transmisión en vivo, había girado. Lo que había comenzado como una investigación por narcotráfico se convirtió en un escándalo institucional. Cúneo Libarona salió fortalecido, convertido en emblema de una nueva forma de ejercer la abogacía: a cara descubierta, frente a las cámaras y sin miedo al ridículo.
El Yomagate y el contrabando de armas
El poder, sin embargo, es un animal que no se sacia y Mariano Cúneo Libarona no era un abogado cualquiera. Hijo de un juez de la Corte Suprema de Justicia del Chaco, había estudiado en la Universidad de Buenos Aires, y sabía navegar las cloacas de Comodoro Py con la destreza de un buzo profesional. Su cercanía con el entorno menemista no era un rumor: era su escenario natural.
Defendió tanto a Emir como a Amira Yoma, cuñados del presidente Carlos Menem, en el escándalo del Yomagate. La causa investigaba lavado de dinero vinculado al narcotráfico. Lógicamente, Amira fue sobreseída en 1994, aunque Emir tuvo menos suerte más adelante: fue detenido en 2001 por contrabando de armas a Ecuador y Croacia. Pero eso no duraría mucho.
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Cúneo Libarona se encargó de su defensa de nuevo, con una estrategia que combinaba argumentos técnicos y relaciones personales. La Corte Suprema, con un fallo ajustado, liberó a Yoma seis meses después.
Para entonces, la línea que separaba lo jurídico de lo político ya no existía. El propio Carlos Menem había declarado frente a Bernardo Neustadt: “Es cierto que hay una cuota de poder político en la Justicia, y esa cuota está precisamente en la Corte Suprema de Justicia”. Más claro, imposible.
Lourdes Di Natale: una muerte en suspenso
En medio de esa red de lealtades, su relación con Lourdes Di Natale se fracturó de forma definitiva. Ella, que había sido su esposa y madre de su hija, pero también secretaria de Emir Yoma, fue una testigo clave en la causa por el contrabando de armas. Entregó cuadernos, agendas y notas manuscritas que apuntaban directamente al corazón del poder. En marzo de 2003, cayó misteriosamente desde el décimo piso de su departamento en Palermo. La Justicia cerró el caso como suicidio.
En 2015, la Corte Suprema ordenó reabrir el expediente. Se pidieron nuevas pericias, se convocó a declarar a su hija Agustina, pero nada cambió el final. La muerte de Lourdes Di Natale permanece hasta el día de hoy en una zona gris, marcada por sospechas, silencios y carpetas cerradas.
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La causa AMIA: de abogado mediático a detenido
Unos años antes de esa caída, en 1997, Cúneo Libarona había vivido su propio descenso. El juez Norberto Oyarbide ordenó su detención en el marco de la causa AMIA. Por entonces, Cúneo Libarona representaba a otra joya de la Policía Bonaerense, el comisario Juan José Ribelli, acusado de participar en el atentado que había demolido la mutual judía en 1994.
El escándalo giró en torno a un video que mostraba al entonces juez Juan José Galeano negociando un pago con el reducidor de autos robados Carlos Telleldín, el primer detenido de la causa.
Cúneo Libarona fue acusado de coacción agravada y encubrimiento, por supuestamente haber entregado ese video a Ribelli para presionar al juzgado. Pasó 32 días en prisión. Fue liberado y luego sobreseído. Sus clientes, también. Pero el episodio lo marcó. Había cruzado un límite: de defensor en TV a acusado en tribunales. Se juró nunca más vivir esa situación.
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En 2001, Carlos Menem, ya fuera de la presidencia, lo contrató para representarlo en cuatro causas penales muy delicadas. Ya nadie se atrevía a llamarlo «abogado mediático«. Era el abogado del poder.
Defendió a Hugo Eurnekian en la causa de los cuadernos de las coimas. Representó al empresario Sergio Taselli, acusado de corrupción. También al gobernador de Tucumán José Alperovich, denunciado por abuso sexual.
Su estudio se convirtió en un bálsamo para empresarios caídos, jueces cuestionados, policías corruptos y políticos heridos.
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Cúneo Libarona: la llegada al Ministerio de Justicia de Javier Milei
En diciembre de 2023 ocurrió la sorpresa más grande en la carrera de Cúneo Libarona. Javier Milei, recién elegido Presidente de la Nación, lo designó como ministro de Justicia. El nombramiento fue inmediato e inédito, pero el rechazo, también.
El constitucionalista Daniel Sabsay dijo que se trataba de un «ministro de la corrupción«. El propio Cúneo Libarona respondió que su pasado no lo condicionaba. Pero los episodios se acumulaban.
En agosto de 2024, cometió un error grosero en la Comisión de Mujeres y Diversidad de Diputados: leyó por accidente un discurso de Javier Milei en lugar del suyo. “Boludo, esto es textual el discurso de Milei”, atinó a decir delante de un micrófono que no estaba apagado.
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Ese día Libarona defendía lo indefendible. Afirmó que la violencia «no tiene género» y que afecta a todos por igual. Acto seguido, rechazó la diversidad de identidades sexuales que «no se alinean con la biología», y las calificó como «inventos subjetivos».
En enero de 2025 fue más adelante y propuso eliminar la figura del femicidio del Código Penal. El argumento: viola la igualdad ante la ley. La medida fue repudiada tanto por agrupaciones feministas como por organizaciones de Derechos Humanos.
Hace pocos días, un artefacto explosivo fue detonado en la recepción de su estudio jurídico, en Libertador y Cerrito. El blanco, supuestamente, era su hermano Matías. No hubo heridos afortunadamente. El ministro de Justicia aseguró que el responsable tenía signos de desequilibrio mental. La amenaza, sin embargo, quedó flotando. El ministerio siempre es una trinchera para Mariano Cúneo Libarona.
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En 2018, Elisa Carrió denunció a los hermanos Ariel y Alfredo Lijo por enriquecimiento ilícito. Cúneo Libarona los defendió. Logró que el juez Julián Ercolini los sobreseyera en 2021. Ercolini, para variar, es amigo y excliente del ministro. La abogada devenida en política, María Eugenia Talerico, señaló el conflicto de intereses. Nada sucedió.
Pero hay otra realidad. Los conflictos no son sólo de Mariano Cúneo Libarona. Su hermano Rafael defendió a Brian Kelly en el escándalo por contratos de seguros del ANSES. Renunció en apenas una semana. La excusa: «Honorabilidad». También aclaró que no era socio del estudio desde hacía 15 años. Mariano, rápido de reflejos, se desligó por completo.
Lo cierto es que el estudio Cúneo Libarona, integrado por Matías, Rafael, Cristian y Mariano, representó también a personajes como Giselle Rímolo, el barrabrava de River Alan Schlenker, el exrepresor Enrique Barre y al “rey de la efedrina” Mario Segovia. Las causas se apilaron como expedientes vacíos en los estantes de Comodoro Py. La firma conserva prestigio y, sobre todo, poder.
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El caso Tim Ballard: lobby, cámaras ocultas y posible juicio político
La última novedad en la vida-película de Mariano Cúneo Libarona sucedió este martes, cuando se viralizó la grabación de una cámara oculta que registró una reunión privada con Tim Ballard, un exagente estadounidense acusado de abuso sexual y trata de personas. En ese encuentro, el ministro de Justicia habría ofrecido reuniones con jueces, legisladores y prensa, e incluso diseñar una ley «a medida».
El instante más controvertido del video ocurre cuando Libarona afirma que puede conectar al empresario y ex agente de la CIA con figuras del ámbito judicial y legislativo: “Te consigo algunas reuniones con jueces de distintos ámbitos y universidades para que vos cuentes tu historia y la problemática. El delito que yo vi en tus películas se vincula mucho a la pobreza. Los jueces, legisladores y las universidades lo tienen que conocer”.
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El escándalo explotó. El diputado Alejandro Rodríguez pidió su juicio político. No fue el único. Esteban Paulón, legislador nacional de Encuentro Federal, expresó en Radio 10: “Pedimos el juicio político a Mariano Cúneo Libarona. Primero se vieron en la CPAC y otra vez en Buenos Aires. Se habló después de convenios con Ballard. Ballard es el que se vende como caza pedófilos, filtraba a las mujeres en redes de trata y abusaba de ellas. El vínculo entre Ballard y Milei es Laura Arrieta”.
Arrieta es la azafata que ingresó al país el 26 de febrero de 2025 con diez valijas que no fueron revisadas ni por Migraciones ni por la Aduana argentina. Todo se toca con todo.
Mariano Cúneo Libarona fue, es y probablemente seguirá siendo una figura clave para entender el cruce entre derecho, poder y medios en la Argentina contemporánea. Su historia no es sólo la de un abogado: es el retrato de un país que siempre parece debatirse entre el escándalo, la impunidad y la necesidad urgente de justicia.
NG