Mientras que las estrellas de música urbana agotan localidades de estadios multitudinarios en apenas un manojo de horas, la nueva escena del rock argentino resiste, tracción mediante, y consigue, a su manera, que una parte de las nuevas generaciones apuesten por música que incluya melodías, armonía y potencial sonoro, además de letras con sólido contenido.
Tal es el caso de Camionero, un poderoso dúo conformado por Joan Manuel Pardo (guitarra y voz) y Sergio Luis (batería y voz), que dentro del contexto musical actual creó, de manera original, un lenguaje propio dentro de una nueva movida rockera que crece y se posiciona con contundencia, esfuerzo mediante, y pateando noches en el conurbano, Ciudad de Buenos Aires y el interior del país. O sea, “donde pinte bien” ellos se arremangan en virtud a su propia estrategia.
Conservando el espíritu convencional del “paso a paso” y el “boca a boca” del rock convencional típico de los años ’90 para acá, este dúo transitó, primeramente, los típicos caminos de bares para luego moverse dentro de centros culturales: los resultados resultaron sorprendentes. El público se empezó a multiplicar, tuvieron que redoblar fechas y, hoy en día, ya se ganaron un lugar importante en la escena: su propuesta llega el próximo sábado 13 de septiembre al Teatro Vorterix, con espectáculos que se repetirán de aquí a fin de año, una vez por mes.
Pese a la diferencia de edad (Sergio tiene 46 y Pardo diez menos), a este “power” dúo los une la pasión por el rock potente, cuestión que los acercó y finalizó por transformarse en un proyecto sólido, nacido en zona norte del conurbano bonaerense.
Los comienzos
Para comprender este nuevo suceso dentro del rock nacional, Joan primero se remonta a recuerdos de un ambiente por el que se movieron tiempo atrás.
“En un momento, cuando tenía 20 años, había un bar que se llamaba Warhol, en Paraná y Maipú, en Vicente López. Empecé a parar ahí, me hice amigo del dueño y empecé a programar fechas de bandas, entonces convocaba a pequeña escena de rock de zona norte y también tocaba con mi banda anterior, Perro Volador”.
Dentro de ese ámbito nocturno, se conocieron ambos músicos y comenzaron a diseñar una idea propia.
Continúa Joan su relato: “Primeramente, con Sergio generamos amistad. Era muy difícil conseguir lugares en Ciudad de Buenos Aires, porque casi no había. Fue así como se nos ocurrió inventar un sello propio, Cordillera Discos, para nuestras bandas: La mía, que era Perro Volador, y la suya se llamaba Jinetes. Aunque también sumábamos a otras colegas. Fue toda una apuesta ideológica para sumar bandas y difundir”.
En este repaso de aquellos primeros años, Santiago también aporta sus recuerdos para comprender mejor dentro de qué contexto nació esta sólida alianza con su compañero de ruta: “Yo siempre pasaba por la puerta de aquel bar y un día fui de noche. Con Joan nos pusimos a charlar en la vereda y me preguntó por mis referentes musicales. Cuando le mencioné a Jimi Hendrix y Luis Alberto Spinetta, entre otros, me miró con sorpresa porque nuestras influencias eran exactamente las mismas”.
Sonríe, toma aire y prosigue: “Al principio la nuestra fue una relación silenciosa. Entonces empezamos a empujarla juntos, en el bar: teníamos un sonido, el bar se sonaba todo, empezó a explotar el lugar con las bandas de la zona y encima Joan lo tenía todo re calado. Fue allí como nació mi ilusión y me enganché con esto de un sello propio”.
Los años transcurrieron, ambos se bajaron de sus bandas de cabecera y luego nació un experimento dentro de ensayos que dio como fruto a Camionero.
Joan explica con claridad por qué solamente cuentan con guitarra y batería: “La orquestación es la nuestra, naturalmente. Santi es baterista y yo guitarrista. Ninguno de los dos sabe tocar otros instrumentos. Yo ya tenía referencias con esta característica: Left Lane Crusier, Black Keys y White Stripes. También nos gusta mucho Black Diamond Heavys, aunque ahí existe el teclado. Todo esto, sumado al pedal octavador, nos otorgaba un rango de frecuencias bastante completo”.
Los primeros pasos de esta dúo de rock sucedieron en Beccar, inmersos en la humedad de un sótano.
Con cierto halo de nostalgia, Sergio rememora: “Era en la casa de mis suegros, que fallecieron. Y sucedió antes de la pandemia. En realidad, lo del sótano fue en segunda instancia, porque al principio los ensayos fueron en el garage de mi estudio de arquitectura, ya que soy arquitecto. Después nos mudamos al sótano, que tenía un cuartito con un tanque. En ese lugar también ensayaron varias bandas, tocamos en pandemia y grabamos tres EPs y el disco Club Camionero”.
Luego toma la palabra su coequiper: “Claro, después nos mudamos a Villa Martelli; una casa que alquilamos y donde nos sentimos cómodos”, reseña.
Dentro de su vorágine, conseguir alternativas para que se conociera lo suyo fue el gran desafío: hubo que cruzar de provincia a Capital, en búsqueda de espacios, cuestión que no resultó para nada sencillo, según detallan.
“Pedíamos fechas y nada. O bien nos mandaban entre semana, se hacía difícil. Entonces inventamos un ciclo al que llamamos Tomate un Jueves. Y el flyer lo pegamos sobre una botella. Con esa propuesta, deambulamos por La Cigale, El Emergente de Gallo 333. Y, de a poco, la gente empezó a conocernos más. Pero no nos quedamos nunca quietos”, afirma Sergio con su rostro serio.
Y sigue: “Le metimos y le metimos. A la par salimos a tocar por el Gran Buenos Aires y el interior del país. Recién después de siete años, llegamos al Centro Cultural Morrison, que fue un antes y un después en esta historia. Ahí hicimos base y se concentró nuestro público. Ese lugar, cuyo dueño era Pepe, se asemejaba a nuestra propuesta”.
Claro, contar con un espacio donde jugaran de locales y que pudieran amoldar a lo suyo y no que suceda al revés, sin duda alguna fue crucial para que su maquinaria sonora y visual consiguiera una dimensión sólida.
“Al principio, tocábamos con otras bandas, como hacen todos. Luego, empezamos a pedirle al público que nos fuera a ver. Justo Pepe mudó el Centro Cultural y yo hice una especie de sociedad con él, porque confiaba mucho en nosotros. Es que ya venían más de 100 personas a vernos. Compramos luces, una instalación eléctrica nueva. Invertimos y saltamos a cuatro fechas por mes y encima los sábados, ya no siendo después de medianoche”, resalta el baterista.
Su coequieper coincide con la descripción y agrega más data de aquel entonces: “También antes tocamos infinidad de veces en el Centro Cultural Richards y superamos en capacidad. Encima después se puso caro allí, por la zona: Palermo es caro. En el Morrison era hacer lo que queríamos y sin limitación de tiempo. La gente se podía quedar allí bebiendo cervezas”.
El siguiente paso
Posteriormente, la propuesta artística suya, que incluye no solo música, sino imágenes y hasta invitación a feriantes, no falló jamás e, incluso, hasta tuvieron que empezar a hacer dobletes en una misma noche.
“Cuando se abrió el Centro Cultural Matienzo, saltamos de 200 a 600 personas que venían a vernos y se agotaron las entradas un mes antes. Entonces negociamos para que el ciclo fuera de marzo a diciembre: siempre se vendió todo. Las últimas veces metimos 1200 personas”, devela el guitarrista, antes de su nuevo desafío: el Teatro Vorterix.
“A nosotros el método que utilizamos nos resulta eficaz. Es por eso que llegamos ahora a Colegiales y cerramos para hacer nuestro ciclo hasta diciembre. Nosotros manejamos toda nuestra propuesta y el público se engancha cada vez más. Incluso hasta se están acercando sellos discográficos a intentar tentarnos, pero los echamos”, expresa Joan, mira a su compañero y luego lanza una carcajada.
Respecto del impacto que a su vez generan hoy por hoy en el interior del país, la estrategia, según plantean, es la base de todo: ambos planearon, de manera minuciosa, todas las decisiones al momento de dar un paso más adelante.
“Lo bueno de ser tan solo dos es que girar es relativamente barato y práctico. Con un auto podíamos llegar a todos lados. Y cuando empezamos a viajar en avión, también resultaba mucho más barato para una banda de dos que para una de cuatro o cinco. Entonces resultaba posible para un productor local de otra provincia apostar a un proyecto nuevo, donde habría que generar un desarrollo de la banda”, analiza Joan con el paso de los años.
Pero no concluye ahí: “En lo que es provincia de Buenos Aires, siempre tratamos de ir a lugares donde creímos que podríamos tener algo de público. Hay barrios donde el under tiene más presencia y es más común que las bandas puedan desarrollar público orgánico. Por ejemplo, San Martín, Hurlingham, Morón, o San Antonio de Padua”.
Al transformarse la música en una prioridad de vida, por lo general existe el dilema de renunciar o no a sus profesiones que los sostuvo económicamente durante gran parte de sus vidas. Así como Sergio Luis se dedicó a la arquitectura durante un par de décadas, Pardo desde muy joven lo hace con la docencia.
-¿Están dispuestos a dejar de lado sus profesiones de siempre para volcarse por completo a la música? ¿Cómo elaboran ese tema?
Joan: -La complicación principal siempre la tengo yo. Porque vengo año tras año cambiando horarios en el colegio donde doy clases. Sin embargo, siempre se encuentran huecos. Caí en la docencia sin buscarlo: estudiaba Letras en la UBA y un día un amigo decano, compañero de la facultad, me convenció. Para un pibe de 24 años estaba bueno, aunque no fuera recontra remunerativo, estaba bien. Para ser claro: el laburo es lo que me acompaña a la música: mi rol de docente es un acompañante a mi rol de artista.
Santiago: -En mi caso, la tuve clarísima siempre: amo la música desde chico y nunca la iba a dejar de lado. Siempre, esperanzado de nunca dejarla. Cuando vivía en Comodoro Rivadavia, antes de casarme y venir a Buenos Aires, mi profesor me preguntaba si sería un hobby. Y yo no quería que fuera así: tocaba la bata en un grupo de folclore, incluso llegué a tocar en el Festival de Cosquín.
Lo que sucedió fue que me pareció atinado terminar la carrera. Conocí a arquitectos que hacían música y murieron como arquitectos. ¡Bajo ningún punto de vista quería eso para mí! Ser arquitecto me ayuda a tener un concepto de responsabilidad que traslado a la profesión musical, lo que me apasiona. Hace dos meses que ya dejé de hacer obras. La música es algo muy serio para Joan y para mí.